miércoles, octubre 12, 2016

Día 12.

El dolor que sentimos al perder a un ser querido, nunca se olvida. Algunos                                          –me incluyo- debemos aprender a aceptar y a apreciar la vida como es: única y caduca.



Esa persona con la que tanto luche batallas que solo me hacían mas parecida a él. Algunas las ganó él y otras yo.
Él, un ingeniero sin titulo, perfeccionista y totalista. 
Él, que le sostenía la mirada y la razón a quien fuese.
Él, que se decía muy introvertido y misterioso pero que era muy fácil de leer. Él, que aprendió a la mala que era mejor llenar el estomago que el corazón. Él, que te detectaba “cabrones y pendejos” en segundos, sin filtros y sin temor.
Él, fiel y leal a dos cosas: a su boca y a su esposa.
Él, que nunca supo pedir perdón.
Él y su egocéntrica necesidad de siempre ganar y nunca fallar.

Tan sabio fue que aquél día doce que supo olfatear su muerte.
Por la mañana pidió a mamá que lo bañara y pusiera perfume.
Desayunó una taza de nieve de nuez y miró el techo por mas de una hora, preguntando y contestando.

En aquellos dos meses que me duró, fuimos, por primera vez, padre e hija, así que desde que me despertaba no perdí tiempo en bajarlo a saludar y luego irme a la escuela.

Ese día doce, no tuve mucho tiempo para platicar, me había quedado dormida y se me estaba haciendo tarde. Entré a su cuarto y me senté con él.
Bajó muy rápido sus ojos y note que en su reflejo no estaba yo,
ahora lo se,
en ese momento no.

Primero le di dos besos, uno en la frente y uno en el cachete.
Me tomo del brazo muy fuerte y con sus dedos aún hinchados de suero me apretó; después me abrazó y me puso frente a su cara, me miró largo y fuerte –sí, fuerte-.
Me dijo algo con una voz que no entendí.
Le pregunte y de nuevo me volvió a decir, tampoco le entendí.
Ahora sus ojos estaban dibujados por algo que yo nunca había visto, un anhelo, un deseo, un ¡por fin!...
Con un tercer beso le dije que me tenía que ir, que lo vería a las cuatro para platicar o jugar dominó.  
Vivió a sujetar mi brazo, supe que no quería que me fuera,
ahora lo entiendo,
en aquél momento no.
Con un cuarto beso me solté de él, sin saber que ese contacto sería la ultima que vez que me regalara ver el color claro de sus ojos y el calor de su piel.

Han pasado nueve años desde aquél día doce y yo acabo de entender que con su mirada y ese abrazo largo se despedía de mí.
Durante dos meses tuve al papá que quería,… hoy, después de nueve años extraño al papá que tenía.

Ahora pienso que él observó algo mas allá de su muerte que lo dejo así, sin voz. Ahora siento que vio a Dios.





jueves, octubre 06, 2016

Poema honesto #15.

A veces nos tiene que doler el Alma para que nos podamos enterar.

Estar de pie, frente hacia un precipicio que nos dibuja mucho la obscuridad.

Inseguridad,
sentimiento cierto en terreno incierto que no es nuestro.
Inseguridad de caminar, tropezar
y que las bocas pobres y manos malas nos rompan las alas.

A veces siempre tiene que doler el Alma para que me pueda enterar de que mi pluma tiembla cuando mi corazón triste está.
Mi corazón, ese del que hablo, del que escribo y conozco poco; el que me mantiene al frente, viva y sonriente.

Y de aquél precipicio, ¿cómo escapar?, ¿cómo regresar?, ¿por dónde caminar?, ¿a dónde ir?

Obsesivamente idealista, sigo buscando ese lugar donde lo único que caliente mi cabeza sean mis recias ganas por vivir y andar y no así mi inseguridad…
Porque, cuando mi cabeza se calienta, mi cabello se quema y con él también mis fuerzas, mis rodillas y mis neuronas cuerdas.

¿Cuándo se va a acabar?...

Me abrazo fuerte y me digo que todo lo malo y negro que pasa es parte de un plan, para entender, para aprender.

Un plan muy cabrón que en otra vida me va a enseñar a ser valiente y no llorar.

Entonces,
a veces siempre tiene que doler el Alma para que nos podamos enterar… que no existe supradol sublingual que la pueda calmar para que no grite, para que no llore, para que no arda.  

Y al alma a veces la veo como esa niña berrinchuda que no se detiene, no escucha, y no advierte… que juega un juego que no divierte.

Mi alma –a veces- esta enojada,
Encabronada… así como las letras que salen de mi pluma cuando ésta no quiere rayar mas…  

-Otro de mis poemas honestos.

domingo, agosto 07, 2016

Be Brave / Se Valiente.

No sé si es un tema generacional, de territorio o social pero hace unos meses una buena amiga me comento que agradecía profundamente a Dios el haber llegado a vivir un lugar -Suiza- donde lo que importa es tu ser, quien eres y cual es tu motivo de vida.
Me sentí muy feliz por ella y desde ese momento no he dejado de pensar en la emoción que emanaba de su voz al contarme.

¿Estamos condenados a reconocer y recordar nuestro valor por lo que dicen o piensan los demás?  
No me gusta pensar que Suiza podría ser el único lugar en el mundo donde uno puede vivir pleno siendo quien es...

El sábado pasado conocí a Zazil Abraham, ella es de Mérida, Yucatán, y digo conocí porque he leído y visto cada uno de sus post. Inmediatamente comencé a seguirla en todas sus redes y a activar las notificaciones de lo que escribe y algo -que aún no conozco muy bien- despertó en mi, al final de mi texto explico un poco el por qué.  

Me impacto muchísimo darme cuenta de que por mucho tiempo yo había estado equivocada respecto a creer que, quienes vivimos en Monterrey estamos destinados a ser parte del mismo cuento de siempre, de valorarnos por los bienes materiales que tenemos, por la calidad de educación que tuvimos, por nuestra imagen, lo que llevamos puesto y nuestro cuerpo. Sé que no es un tema nuevo pero, me di cuenta a través de las personas que respondían a sus post que hay infinidad de personas que pensaban y/o piensan como yo.

Qué importante recordar que aceptarnos como somos es un tema personal y no de países (territorio), cultura, dialecto, raza o estatus social y sé que muchos de ustedes ya lo saben pero para mi ha significado una lucha constante.
Verme vulnerable ante una crítica y no responder bien a ella me ha llevado a darme algunos descalabros que más que físicos, son emocionales y han dejado algunas heridas.

Heridas que expuestas o no están ahí y que al día de hoy no he sanado.

Y es que la fijación en los hechos negativos puede llegar a ser adictiva y aunque la vida siempre trata de recetarnos un equilibrio, siempre –en mi caso- llega primero el recuerdo “negro”. Como aquella vez en que me dijeron: “te vez mal con ese collar…”, darme cuenta de que le provocaba un “asco” por haber elegido el accesorio equivocado para dicho evento o cuando me dijeron que parecía payasa porque yo iba vestida con un overol de mezclilla… sí, ya era una payasa por ir vestida así.
Etiquetas que –inconscientemente- yo permití que me pusieran y definieran que era yo.  

Y podría no ser nada comparado con otra clase de críticas. He vivido muchas y todas distintas. Tengo mucha tarea al respecto para permitirme aprender de ellas y no “engancharme” con el tema de que constantemente me voy a equivocar.

Pero, ¿De qué se trata la vida? De seguir a los demás. De ser un prototipo de lo que “esta bien” y es normal. De encajar. De agradar. Esto último me ha llevado a vivir una batalla interna estos últimos cuatro años en los que cuando siento que voy ganando pasa algo que me recuerda que no, que aún me falta.

En qué momento permitimos que una opinión nos afecte al grado de cambiar nuestra imagen… algunos sabios opinan que esto sucede cuando no estamos conectados con nuestro ser superior, ¡vaya!, si de por sí ya es complicado reconocernos y vivir conscientes, ahora imaginemos estar completa, diaria y constantemente conectada a mi.

Dichosos aquellos a los que desde pequeños les enseñaron a creer en ellos y a darse el valor que merecen por el simple hecho de estar vivos. Y esto sí es generacional, porque los buenos hábitos vienen desde los bisabuelos, abuelos y padres.


Aprender a desprender nos va a ayudar a eliminar esas creencias que por años nos han acompañado nublando un poco nuestra vista hacia lo que es real.

Me asusta un poco pensar en que solo tenemos una vida y el no saber cuando va a terminar y que nosotros mismos podemos ser el arma perfecta para acabar con ella de la manera mas dolorosa posible, poco a poco, despacio hasta el último suspiro.

Pienso que ya tenemos bastante con la autocrítica y esa voz interna que a todo nos dice que no como para permitir que alguien ajeno a nosotros llegue a querer tumbarnos.

Cuando escribo esto me veo en el reflejo de la computadora y me reconozco. No hay otra como yo. No soy la primera ni la única.
No soy la más, ni la menos. No soy victima de nadie mas que de mi misma.
Necesito entender que mis pensamientos me pueden ayudar a crecer o me pueden empujar a vivir una vida triste, llena de amargura y principalmente: una vida que no es la mía.

Siempre he asegurado que todo pasa por algo.
He conocido a muchas personas que con una palabra, con su trabajo o con su vida me han motivado. 
Necesitamos abrir los ojos del cuerpo y del alma para ver que es genial como Dios nos envía las respuestas a todo lo que le preguntamos y Zazil Abraham fue una  de las tantas respuestas que Dios ha enviado para mi. No la esperaba, pero sí la necesitaba.
Necesitaba saber que allá afuera existe alguien que decide día a día vivir plena. Alguien que decide esforzarse por ser la mejor versión de sí misma. Alguien que se equivoca y decide aprender. Alguien que reconoce y se re-conoce. Alguien que es y está y que en su camino existe tanto la luz como la obscuridad y que no teme hablar de ella. Alguien que aprendió a chingazos a desnudar su alma y quitarse el peso de su espalda. Alguien que lucha completa, con ella y con lo demás. Alguien que en lugar de perseguir motivos los construye…
y porque te pareces a quien “era yo” hace cuatro años. Siento alivio al pensar que sí lo era y que puedo volver a hacer pero ahora renovada, integra, consciente y presente.





Donde estés, ¡Gracias Zazil!
Twitter: @zazilabraham 
facebook: https://www.facebook.com/ZazilAbrahamFP/?fref=ts 
Instagram: "zazilabraham"

viernes, julio 08, 2016

MOTIVACIÓN.

Pienso que no hay que buscarla, hay que construirla... 
Sí, me gusta pensar eso porque qué tal que paso toda mi vida buscándola y por mi perfecta imperfección de sentir que nada es suficiente 
llego a mis 100 años y siento que nunca la encontré.

Creo que tomar la decisión de construirla es mas lógico, coherente, realista y responsable. 

Lo que construyes lo tienes, 
y si lo tienes lo sientes, 
ahí, 
aquí, 
cerca, 
en tus ojos, 
en tus manos, 
a tus pies y en el alma.

La motivación como aliada, 
como maestra y amiga… 
pero, ¡cuidado! que ella es tímida, 
si uno no le llama ella se queda quieta y callada.

Entonces hay que hablarle, 
cada día, 
todos los días, 
despacio y muy cerquita al oído 
y agradecerle solo porque es y porque está.

La motivación como 
camino, 
testigo y destino. 

Como inicio y final.

Construirla es tarea de Valientes y no, 
no cualquiera puede.