martes, enero 24, 2017

Abre los ojos.

Cuando vayas y cuando vengas. 
Cuando beses, cuando abraces, cuando des y cuando recibas. 
Cuando quieras y cuando no, también. 

Para acordarte. 
Para olvidar. 
Para ser. 
Para estar. 
Para cantar. 
Para empezar. 
Para sentir. 
Para terminar. 
Y cuanto más verbo quieras acomodar. 

Abre los ojos, 
para que puedas verte hasta el fondo y conocer todo lo que eres.  
 

miércoles, octubre 12, 2016

Día 12.

El dolor que sentimos al perder a un ser querido, nunca se olvida. Algunos                                          –me incluyo- debemos aprender a aceptar y a apreciar la vida como es: única y caduca.



Esa persona con la que tanto luche batallas que solo me hacían mas parecida a él. Algunas las ganó él y otras yo.
Él, un ingeniero sin titulo, perfeccionista y totalista. 
Él, que le sostenía la mirada y la razón a quien fuese.
Él, que se decía muy introvertido y misterioso pero que era muy fácil de leer. Él, que aprendió a la mala que era mejor llenar el estomago que el corazón. Él, que te detectaba “cabrones y pendejos” en segundos, sin filtros y sin temor.
Él, fiel y leal a dos cosas: a su boca y a su esposa.
Él, que nunca supo pedir perdón.
Él y su egocéntrica necesidad de siempre ganar y nunca fallar.

Tan sabio fue que aquél día doce que supo olfatear su muerte.
Por la mañana pidió a mamá que lo bañara y pusiera perfume.
Desayunó una taza de nieve de nuez y miró el techo por mas de una hora, preguntando y contestando.

En aquellos dos meses que me duró, fuimos, por primera vez, padre e hija, así que desde que me despertaba no perdí tiempo en bajarlo a saludar y luego irme a la escuela.

Ese día doce, no tuve mucho tiempo para platicar, me había quedado dormida y se me estaba haciendo tarde. Entré a su cuarto y me senté con él.
Bajó muy rápido sus ojos y note que en su reflejo no estaba yo,
ahora lo se,
en ese momento no.

Primero le di dos besos, uno en la frente y uno en el cachete.
Me tomo del brazo muy fuerte y con sus dedos aún hinchados de suero me apretó; después me abrazó y me puso frente a su cara, me miró largo y fuerte –sí, fuerte-.
Me dijo algo con una voz que no entendí.
Le pregunte y de nuevo me volvió a decir, tampoco le entendí.
Ahora sus ojos estaban dibujados por algo que yo nunca había visto, un anhelo, un deseo, un ¡por fin!...
Con un tercer beso le dije que me tenía que ir, que lo vería a las cuatro para platicar o jugar dominó.  
Vivió a sujetar mi brazo, supe que no quería que me fuera,
ahora lo entiendo,
en aquél momento no.
Con un cuarto beso me solté de él, sin saber que ese contacto sería la ultima que vez que me regalara ver el color claro de sus ojos y el calor de su piel.

Han pasado nueve años desde aquél día doce y yo acabo de entender que con su mirada y ese abrazo largo se despedía de mí.
Durante dos meses tuve al papá que quería,… hoy, después de nueve años extraño al papá que tenía.

Ahora pienso que él observó algo mas allá de su muerte que lo dejo así, sin voz. Ahora siento que vio a Dios.